jueves, 16 de octubre de 2008

Crítica de teatro Por Andrés Sáenz




Engaño. Las artimañas del alcahuete Liguro (Carlos Alvarado) embaucan al crédulo Nicias (Juan Carlos Calderón). Francisco Rodríguez

LA MANDRÁGORA

Comedia satírica.

Autor: Nicolás Maquiavelo.

Traductor: Tomás Várnagy.

Presentación: Compañía Nacional de Teatro (CNT).

Elenco: José Montero, Fabián Sales, Andrés Montero, Juan Carlos Calderón, Carlos Alvarado, Grettel Cedeño, Rodrigo Durán, Marialaura Salom, Daniela Valenciano.

Música: Luis Diego Solórzano.

Iluminación: Telémaco Martínez.

Vestuario: Rolando Trejos.

Ambientación: David Vargas.

Dirección: Manuel Ruiz.

Lugar: Teatro de la Aduana.

Fecha: Domingo 12 de octubre.

Crítica de teatro: Brocha gorda
Basto. La sutileza no es el fuerte del director
Andrés Sáenz | asaenz@nacion.com

Con la comedia La mandrágora , escrita alrededor de 1518 y estrenada en 1521, el ilustre pensador florentino Nicolás Maquiavelo prescindió de la imitación de los modelos clásicos, corriente en la época, para echar una mirada penetrante y reveladora sobre la conducta venal y disoluta de sus contemporáneos.

Dos escenificaciones de La mandrágora precedieron aquí el montaje, dirigido por Manuel Ruiz, que la Compañía Nacional de Teatro (CNT) estrenó el viernes último en el teatro de la Aduana: la de Luis Carlos Vázquez con el Teatro Universitario, en 1980, y la del Teatro Belli, de Italia, que inauguró el Festival Internacional de Teatro de San José por la Paz, en el Teatro Nacional, en 1989.

El argumento. La trama de La mandrágora gira alrededor de los desvelos del joven Calímaco (Fabián Sales) por seducir a la bella y virtuosa Lucrecia (Daniela Valenciano), casada con el rico y crédulo Nicias (Juan Carlos Calderón).

Con tal propósito, Calímaco se finge médico y asistido por las tretas del alcahuete Ligurio (Carlos Alvarado), la codicia del fraile Timoteo (Rodrigo Durán) y la complicidad interesada de Sóstrata (Grettel Cedeño), madre de Lucrecia, el galán consigue introducirse en el lecho conyugal, tras convencer al marido de las virtudes fértiles de un remedio ilusorio para la esterilidad del matrimonio.

Si al espectador no le cabe duda sobre la eficacia real de la cura de Calímaco, insospechada por Nicias, el cornudo la atribuirá a un brebaje preparado con la raíz de la mandrágora. (La creencia concedía a la planta, de acuerdo con textos bíblicos, poderes conceptivos).

Género y montaje. En el plano formal, La mandrágora pertenece al género renacentista de la comedia erudita, es decir, el texto completo está escrito, en contraposición con la popular comedia del arte, que se improvisaba.

Sin embargo, la pieza acepta distintas lecturas en cuanto a su significado y estilo, ya sea como simple diversión ingeniosa y refinada; o como crítica social que denuncia la hipocresía escondida detrás de valores pseudo-religiosos; o como alegoría política cautelar que expone el poder corruptor del dinero.

Quizá el enfoque teatral que menos conviene a la forma y el fondo de La mandrágora es la farsa o bufonada, pero ese fue el cariz que tomó la interpretación de Ruiz.

En una puesta ayuna de sutilezas, ahí donde pinceladas ligeras hubieran delineado las situaciones y los personajes, Ruiz y el elenco optaron por los brochazos groseros de la exageración y la caricatura.

El sesgo bufo escogido por el director no solo deformó la obra original sino que atentó contra el género mismo de la farsa, según la admonición de García Lorca: “Nadie debe exagerar. La farsa exige siempre naturalidad”.

Aun ideas interesantes del director, por ejemplo, situar la escena inicial en una academia de esgrima, se vieron malogradas por la reiteración excesiva, aunque tal vez menos por el anacronismo de emplear floretes en lugar de estoques, algo que pocos habrán advertido.

El montaje también se hubiera beneficiado con cortes oportunos en el texto para aligerar la acción. Asimismo, Ruiz desperdició la oportunidad de poner al día el contexto y prefirió un acercamiento histórico que, más bien, alejaba al público de las connotaciones actuales de la pieza.

No percibí metáfora teatral que definiera el montaje, ni tampoco que el desarrollo del argumento condujera al clímax irónico, al que se llega cuando Nicias exclama: “¡Soy el hombre más feliz de la tierra!”, después de haber dejado a Calímaco en el tálamo con Lucrecia.

El vistoso vestuario diseñado por Rolando Trejos me pareció el aspecto mejor logrado de la puesta de La mandrágora . Los bastidores de tela blanca y la pantalla al foro dispuestos por David Vargas sugerían una ambientación abstracta y atemporal, en contraste con el vestuario, pero más bien sirvieron para proyectar diapositivas de Florencia. Telémaco Martínez iluminó sin mayor atractivo y la música de Luis Diego Solórzano por fortuna se olvida fácilmente.

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